
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Sem. Atzael Miranda Escamilla
Discernimiento Vocacional
El Domingo de Ramos los cristianos conmemoramos la entrada triunfal de nuestro Señor Jesucristo a Jerusalén, la ciudad del gran rey; Jesús llega para ocupar el lugar que le corresponde, va en camino al trono de la cruz desde el cual atraerá a todos hacia Él.
Ciertamente cuando pensamos en la entrada de un rey podemos imaginarnos grandes algarabías en su honor, el uso del mejor transporte, un carruaje lleno de esplendor para representar la grandeza de aquel hombre tan importante. La propuesta evangélica de la entrada de Jesús es totalmente distinta y debemos conocer algunas cuestiones que nos ayudarán a comprender un poco más este suceso.
El reinado del rey David sobre el pueblo hebreo fue el más pleno para los hijos de Israel por todo lo que logró el rey bajo la mirada del Señor; Dios le concedió grandes bendiciones a tal grado que prometió perpetuar su trono poniendo en él, en un futuro, a aquel que liberaría de una vez y para siempre de las ataduras de la muerte y el pecado. Esta realeza, dignidad y continuidad de la casa de David es concretizada en las Sagradas Escrituras en la imagen del rey que monta un burro: encontramos al rey David pidiendo que cuando su hijo Salomón lo sucediera en el trono se usara un burro para llevarlo a Guihón (1 Reyes 1,33).
Considerando esto, podemos descubrir el impacto en el pueblo judío cuando vieron a Jesús sobre un burrito entrando a la ciudad. Hay gran conexión entre estos personajes: Jesús es el heredero del trono de David, aquel del que hablaba Zacarías con gran esperanza “Alégrate en gran medida, hija de Sion, grita de alegría, hija de Jerusalén […], viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un burro.” (Zacarías 9, 9) Jesús es la promesa del Padre hecha realidad, reconocemos en Él al Hijo de Dios.
Curioso es el contraste que descubrimos en el pasaje bíblico: primero la multitud recibe con gran entusiasmo al Maestro, considerándolo como el posible liberador, el mesías, cubren el suelo por donde pasa con palmas y ramos; y no pasa mucho cuando estas mismas personas piden la muerte de Jesús. El mundo de hoy presenta este mismo contraste, una doble cara; por un lado se defienden supuestos derechos, pregonan una moralidad algo escrupulosa, pero también se niegan cuestiones básicas de la propia dignidad humana.
En este Domingo de Ramos tomemos conciencia, al celebrar con el corazón y levantar los ramos, de nuestra misión, encarnando a Jesucristo en medio de este mundo tan convulsionado por tantas ideologías, reconociéndolo como ese Rey glorioso y humilde, ese Rey que entra victorioso a la ciudad buscando la salvación de todos. ¡Hosanna al Hijo de David!