
Testimonio vocacional de Edgar Sánchez Muratalla, alumno del Seminario Conciliar de México. “Padre, necesitamos que venga más seguido, nosotros necesitamos de usted, queremos confesarnos y escuchar Misa”.
Mi nombre es Edgar Sánchez Muratalla, tengo 28 años, y soy originario de la congregación de Mundo Nuevo, del municipio de Coatzacoalcos, Veracruz. Soy hijo del señor Leonel Sánchez Rivera y de la señora Valentina Muratalla Córdova, el más pequeño de cuatro hermanos.
Mi historia vocacional comenzó a la edad de 8 años cuando decidí, por motivación de mi mamá, ser parte del grupo de monaguillos de una capilla perteneciente a la Parroquia de San Nicolás de Bari, entonces a cargo del P. Jorge Cruz Alor. Siendo monaguillo experimenté el deseo de ser sacerdote. Me gustaba ver a mi párroco cuando celebraba la Misa, cuando compartía su vida y trabajo con la gente, pero sobre todo, me atraía su vida de oración y su unidad a Jesús, el “buen amigo que nunca falla”, como solía decir. Todo esto me motivaba a querer ser sacerdote, no entendía bien qué significaba ser cura, pero crecía en mí esa inquietud.
En una ocasión, el padre invitó a las personas de la comunidad a ir a misionar a una de las comunidades de la parroquia que estaba muy retirada y abandonada. En esa comunidad se celebra Misa sólo una vez al año; era una ranchería con al menos unas seis familias católicas. Fuimos un equipo de misión (así le llamaba el padre) a convivir con la gente, dar temas y celebrar la Eucaristía. Fue ahí donde empezó a tener más sentido mi deseo de ser sacerdote, lo recuerdo muy bien. Aquellas personas se le acercaron al padre después de la Misa para decirle: “Padre, necesitamos que venga más seguido, nosotros necesitamos de usted, queremos confesarnos y escuchar Misa”. El padre les respondió: “Hijos, estoy solo en la parroquia y no me da tiempo para atenderles, pero trataré de hacerlo una vez cada tres meses”. Al escuchar la necesidad de aquellas personas me acerqué al padre y le dije: “Yo quiero ser sacerdote para atender a estas gentes”. Recuerdo que el padre me tocó la cabeza y me dijo: “Estás muy chico, pero pídele a Dios que te ilumine y te dé la fuerza para serlo, por ahora, dedícate a estudiar y sé un buen hijo”.
Cuando nos retiramos de aquella comunidad, le pedía mucho a Dios que me escogiera para ser sacerdote. Era sólo un muchacho de 10 años, rezándole a Dios. Pero Él me escuchó, y hoy soy parte de uno de esos llamados. Estudio en el seminario para ser, en un futuro, sacerdote para el Pueblo de Dios.
Actualmente pertenezco a la Prelatura de Cancún-Chetumal y continúo mis estudios en el Seminario Conciliar de México, donde curso la etapa del segundo año de Filosofía, y con la gracia de Dios espero responder a este llamado que Dios me ha hecho.
Fuente: SIAME