
Testimonio vocacional de Carlos Amador Treviño, alumno del Seminario Conciliar de México. No puedo sino caminar siempre agradecido con Jesús por invitarme, y con María Santísima por darme valor. Si estás leyendo esto y en tu corazón sientes que Él te llama; no dudes, no estas sólo; Él camina contigo.
Hola, mi nombre es Carlos Amador Treviño. Desde pequeño siempre tuve una relación muy cercana a Dios, la formación de mis padres siempre me orientó a verlo como un amigo que nunca falla. Todos los días orábamos en familia, antes de dormir y de camino a la escuela, y normalmente asistíamos los domingos a la Eucaristía.
Cuando tenía 9 años, mi papá enfermó y, tras un largo periodo en el hospital, murió. Yo, quizá como cualquier otro muchacho, me “enojé” con Dios y decidí no hablarle más. Después mi vida transcurrió con normalidad; iba de vez en cuando a Misa, pero en mi corazón había algo que no me dejaba “perdonarlo”.
La situación en casa económicamente se apretó y yo quise ayudar a mi mamá al menos con un poco, así que comencé a trabajar en la organización de campamentos para niños. No pasó mucho tiempo, cuando mi jefe me invitó a ir a unas Misiones durante la Semana Santa; por supuesto, esto no estaba en mis planes, pero Dios se encargó de que aceptara esa invitación que cambiaría mi vida. Fui a una comunidad en la Sierra Norte de Puebla, una de las zonas más complicadas de nuestro país, con una realidad económica y social muy dura. Estando ahí, veía que los niños eran muy felices a pesar de vivir en condiciones tan adversas, y eso me hizo pensar sobre mi vida. Yo no tenía ese tipo de carencias; pero no estaba a gusto, me faltaba algo, o mejor dicho Alguien. Tras una semana de compartir la fe, me di cuenta de que más que a enseñar en realidad había ido a aprender. Regresé a hacer mi vida con normalidad; no puedo decir que mi interior cambió “mágicamente”; fue todo un proceso volver a la Iglesia, primero con una vida sacramental, y poco a poco, en la opción por los demás, descubrí que Jesús me invitaba a seguirlo.
Participé como misionero laico durante un año en Durango, ahí mi corazón continuó inquietándose. Tuve la oportunidad de hacer una peregrinación vocacional a Roma y me quedé impactado por lo grande y diversa que es la Iglesia; no me refiero a las piedras, sino a la gran comunidad de bautizados, algo que me hizo pensar mucho y paulatinamente fue preparando mi corazón. Aquel viaje acabó en Fátima, Portugal, donde la Virgen se apareció a tres pequeños pastores; y ahí, en una noche junto a mis mejores amigos, después de rezar el Rosario y estar adorando a Jesús Sacramentado, le dije que sí. No ha sido fácil el camino; al contrario, ha estado salpicado de renuncias, pero eso sí, lleno de amor y satisfacción. No puedo sino caminar siempre agradecido con Jesús por invitarme, y con María Santísima por darme valor. Si estás leyendo esto y en tu corazón sientes que Él te llama; no dudes, no estas sólo; Él camina contigo. ¡Ánimo!
Fuente: SIAME